La llave
Joan estaba dando los últimos toques a la llave, ya sabéis, afeitaba con el cepillo de acero las barbas que la fresa hace crecer. Sopló levemente, como si realmente el aire pudiese tener efecto en ella, como siempre, y la copia quedó lista. Una llave más, idéntica a la que reposaba aún entre los palpadores, brillaba en su mano. Parecidos , -pensó en voz baja- somos los hombres, cada uno con nuestra combinación de hendiduras, únicas, imposibles de repetir . Antes de engarzarla con sus hermanas, la sostuvo un rato más, poniéndola ante la luz, como un pintor que toma proporciones, y dejándose llevar por la tranquilidad de las tardes de octubre, jugó un poco más en su cabeza con la metáfora recién creada. Algunas hendiduras, leves y romas, otras, sin embargo, profundas y determinantes . Así es la experiencia humana, quizá. única, intransferible. Da igual que seas una llave de acero forjado que de pobre y falso latón, el caso es que abras puertas, que gires en tu lugar, que quedes conf